El Museo Imaginado
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LA NOCHE QUE SE QUEMARON 500 PINTURAS
La pintura en el Alcázar: lo que había, le que se perdió, lo que se recuperó.
Provisionalmente, la obra
salvada fue custodiada en edificios próximos, como el Convento de San Gil, la
Armería Real, la Casa del Arzobispo de Toledo o la del marqués de Bedmar. Buena
parte de ella había pasado previamente o pasó más tarde al Buen Retiro y hoy
constituye uno de los núcleos fundamentales de la colección de pintura del Museo
de El Prado.
Quizá el más célebre de todos
los cuadros quemados fue la Expulsión de los moriscos, de Velázquez, obra
fundamental en su biografía, conocido a través de las noticias que de él nos
dieron Palomino y Pacheco, pues le permitió ganar un concurso (1627) al que
concurrieron también tres pintores del Rey, Carducho, Caxés y Nardi,
proporcionando al sevillano el cargo de ujier de cámara, y méritos para obtener
licencia y ducados, dos años de salario, para su primer viaje a Italia. También
de Velázquez y del Salón de los Espejos desaparecieron tres de los cuatro temas
mitológicos que ocupaban el espacio entre las ventanas: Apolo, Adonis y
Venus, y Psique y Cupido, siendo recuperado del conjunto solamente el
de Mercurio y Argos, hoy en El Prado. También de Velázquez se perdió un
retrato ecuestre del Rey.
No menos sentida debe ser la
pérdida del Retrato ecuestre de Felipe IV, de Rubens, que tenía una
distinguida ubicación en el Salón de los Espejos, frente al Emperador Carlos
V a caballo en Mühlberg, de Tiziano, una de las “joyas” actuales del Prado,
recientemente restaurado, pero “desparejado” para siempre. Por fortuna, se
conserva una copia en los Uffizi, atribuida a Juan Bautista del Mazo. De Rubens
fueron numerosas las obras perdidas, entre ellas algunas más de las que
estuvieron en el Salón de los Espejos, como El rapto de las Sabinas o
La batalla de los romanos, y las veinte obras que ornamentaban la Pieza
Ochavada, de cuya atmósfera podemos tener una idea certera gracias a Carreño de
Miranda y a que se salvaron de las llamas sus retratos de Carlos II y
La reina doña mariana de Austria, hoy en El Prado.
De Tiziano se perdió la serie
de Los Doce Césares, que estuviera en el Salón Grande y dos de las
Furias, del Salón de los Espejos, rescatándose otras dos, Sísifo y
Ticio, hoy en El Prado. De Tintoretto se perdieron, entre otras, Píramo y
Tisbe, Venus y Adonis, que también aparecen inventariadas en el Salón de los
Espejos, como, de Veronés, Moisés en el Nilo y Jacob. De Ribera,
también se perdió mucha de la obra que realizó en Italia adquirida por Felipe IV,
como Jael y Sisara, Sansón y Dalila, Venus y Adonis, o Apolo y Marsias,
salvándose afortunadamente algunas de sus obras más representativas
recuperadas en el Museo del Prado, como El martirio de San Felipe, San
Sebastián, La Magdalena penitente, La visión de San Francisco de Asís o
Combate de mujeres. Un caso curioso es el de su Triunfo de Baco, que
estuvo situado en el Alcázar “en la pieza donde su majestad cenaba” y acabó
mutilado en el siniestro, conservándose en El Prado dos fragmentos, y un
tercero, Cabeza de Sileno, fue a parar a Colombia. Milagrosamente, y en
Lourdes, se conserva una copia antigua del cuadro completo.
Del Cuarto del
Príncipe, estancia representada por Velázquez en Las Meninas, que
afortunadamente si se salvó del incendio, como Los Borrachos, La Coronación
de la Virgen, y los Paisajes de Villa Médicis, se salvaron
algunas de las copias de Rubens realizadas por Mazo, pereciendo otras.
Nada volvió a saberse, en fin, de numerosas obras citadas en los inventarios de otros grandes artistas como Durero, El Bosco, Brueghel, Sánchez Coello,Van Dyck, El Greco, Aníbal Carracci, Leonardo da Vinci, Guido Bolonés, Rafael de Urbino, Bassano el Viejo y El Mozo, o Correggio, artistas que, en parte, están presentes en el Prado gracias lo que pudo salvarse del incendio.
De lo cual deducimos cuan decisiva que fue aquella noche del 24 de diciembre de 1734, en las que las llamas y la acción de quienes lucharon contra ellas, sentenciaron el destino de centenares de obras maestras de la pintura universal.
Federico García Serrano
El Alcázar albergó buena parte de las colecciones artísticas reales, que estuvieron repartidas en diferentes sedes: El Escorial, El Pardo, El Buen Retiro... Pero en el momento de su incendio, el Alcázar contenía posiblemente la más importante de todas, por el número y por la calidad de la obra reunida.